Tuesday, May 26, 2015

La vida como juego


            Imagina un submundo libre de juicios, etiquetas, en donde puedes ser lo que quieras y jugar como niño. Todo esto y muchas cosas más son posibles en el mundo de la improvisación (impro).


¿Clases de guitarra? ¡Sí!


El año pasado me llegó la oportunidad de participar en un taller de impro. Si bien al principio estaba con muchas dudas (“no tengo mucha creatividad”, “no sé actuar”, “¿qué voy a tener que hacer?”, “¿es como claun?”), el saber poco o nada, junto con el hecho de considerarlo algo difícil para mí, me hicieron dar el salto al vacío al mundo de la impro. La experiencia fue corta pero la satisfacción fue grande y vino acompañada de risas, muchas risas…


La impro se puede definir en una palabra: jugar. Incluso, la gente que se dedica a impro no dice “vamos a hacer impro”, dicen “vamos a jugar” y realmente es eso. En impro no hay bueno ni malo, lo único que necesitas es voluntad de juego, aprender a decir “sí” y atreverte a reír y divertirte. ¿Qué es impro? Impro para mí es actuar o hacer algo sin reglas ni directrices, aceptando cada propuesta nueva y fluyendo hacia lo que resulte de lo anterior. Impro es creatividad, es chispa y pensar “fuera de la caja”, eliminando el absurdo y los juicios.


Une todos los puntos usando 4 líneas rectas y
continuas sin levantar el lápiz...


Normalmente el juego se hace representando alguna situación. Por ejemplo, dos personas en un baño público y… listo, a ver qué sale. ¿Quién eres o qué tienes que decir o hacer? Nadie lo sabe, simplemente haz lo que se te ocurra, observa y escucha las propuestas de la otra persona que está contigo y a ver qué sale. Un aspecto “mágico” de la impro es que puedes ser tú mismo o cualquier otra cosa que desees: puedes ser la muerte, la ansiedad, un narcotraficante, Gokú, un explorador serbio del África Septentrional con tres brazos… lo que tu mente retorcida desee. En la impro no hay error y toda nueva idea es un regalo. Aquí nos comunicamos en español, y si así lo deseas, en el juego puedes hablar el idioma que desees: jerga francesa de un callejón del centro de Marsella, esloveno antiguo, chino de la Segunda Dinastía con influencia de turco del siglo XVIII… Cualquier pajazo mental que desees será bienvenido; por supuesto, lo ideal es que la escena guarde cierta secuencia y orden para que quien la observe no se pierda y pueda envolverse en la historia que se desarrolla.


Estamos inmersos en la cultura del “no” y desde que somos pequeños ya nos introducen a ella, así estamos programados (gracias, papases y mamases): “no saltes”, “no te vayas a quedar dormido”, “no pongas los codos sobre la mesa”, “no te vayas a olvidar de llamar”, etc. Ponte a pensar en cuántos “no” recibes y das al día. En la impro, de alguna forma, el “no” está vetado, porque cada idea es un regalo al que le dices “sí”. Imagínate jugando, tu compañero viene y te dice “Habla, Estroncia, ¿cómo va el negocio de la prostitución?”, ¿qué haces? En mundo cotidiano puede que te ofendas, frunzas el ceño y digas que ni siquiera eres mujer ni te llamas Estroncia. En impro mentalmente dirás “sí” y en un chasquido pasas a ser Estroncia, una cocinera de Mali que vino al Perú a perseguir su sueño de ser bailarina, con una sana afición por tejer chalinas de pelo de gato… porque no eres tú, eres un personaje dentro del juego; puedes ser lo que quieras, matando temporalmente tu lucir bien. Al igual que en la película Yes Man, un mundo de posibilidades se abre a partir del “sí”.




Tal vez te preguntes, mi estimado controlador, quién dirige la escena en el juego, quién tiene que hacer las propuestas y quién las tiene que aceptar. La respuesta es sencilla, todos y nadie. Los dueños de la escena al jugar son todos los que participan, cada uno es libre de hacer los regalos que desee para que la historia avance; no tienes que controlar hacia dónde va la historia, simplemente confías en tus amigos de juego y todos abren los brazos hacia lo que venga. Puedes empezar en el alimentador del Metropolitano y terminar en Saturno. Es el mundo de lo posible.


A pesar de lo prostituible que es mi risa (me río fácilmente y muchas veces ni siquiera puedo aguantarla, como cuando caí con alguien a una acequia), pocas cosas recientes he disfrutado tanto como esas horas de juego. El adulto, con sus prejuicios, creencias y formas de hacer las cosas, se sienta para dejar salir al niño, ávido de diversión, que sólo busca jugar para reír, ser libre y ser lo que le dé la gana. ¿Por qué será que perdemos eso cuando crecemos? Tal vez nunca lo perdamos, simplemente lo olvidamos por todas las cosas que conlleva el crecer y hacerte adulto. Felizmente, siempre lo tendrás a la mano y podrás recordarlo con el juego. 


P.S.:

·        Los invito al espectáculo de Improvisación llamado “La Terapia”. Les aseguro que morirán de risa. 

https://www.facebook.com/LaTerapiaImpro?fref=ts




Tuesday, May 19, 2015

Mundo nerd


  • G: “Oye, ¿has visto el trailer del Mortal Kombat X?
  • A: “Sí, lo he visto pero me parece un rehash del Mortal Kombat IX
  • G: “Pero tiene los fatalities en HD.
  • A: “¿Y? Same old shit con mejores gráficos, nada nuevo…
  • G: “Pero ahora los peleadores tienen tres estilos de pelea…
  • A: “So…?   
  • G: “¿Cómo se llama el hechicero que bota calaveras?
  • A: “Quan Chi


¿De qué estamos hablando? De un tema incomprendidamente interesante para nosotros, de esas cosas que jamás te harán el niño “cul” en el colegio, de eso que genera que te llamen “vicioso”, “enfermo”, “lorna” y que lamentablemente no genera ni la admiración ni interés de las niñas del colegio, ni de las mujeres que conoces en tu adultez: videojuegos.


Mortal Kombat II


Llamaré a mi colega nerd de esta entrada, Greison, sólo con la mera intención de joderlo por tan infame nombre que le puso a una de sus mascotas. Para hacer la vida mejor de este minino, yo lo llamo cariñosamente Juan o Pedro. Cualquier nombre mejor que Greison…  


Greison y yo andábamos conversando de cosas más adultas, posibles proyectos y temas a realizar juntando nuestros estudios. Al cabo de unas horas, inevitablemente el gen nerd afloró y pasamos a conversar de videojuegos, series y cualquier cojudez que uno encuentra en el Internet durante sus largos ratos de aburrimiento o procrastinación. Continuando con la conversación llegamos a Mortal Kombat X, la décima entrega de un juego de nuestra infancia, donde el mando del Super Nintendo te daba el poder de arrancar cabezas con un uppercut, partir en la mitad a otro ser humano luego de transformarte en dragón o electrocutarlo hasta que explote… (“Fatality…”). Buenos tiempos…

  • G: “¿Cómo se llama el hechicero que bota calaveras?
  • A: “Quan Chi
  • G: “Ahora tiene un estilo de pelea donde usa magia, tiene otro donde usa teleports y otro donde es un summoner, como el necro de Diablo II.
  • A: Pero eso tampoco es nuevo, ya habían estilos de pelea en Deadly Alliance.
  • G: Es chévere, tira un teleport y los usa para golpear a los otros entrando y saliendo…"



Y finalizó diciéndose esto al mismo tiempo que se agarraba la cabeza en señal de sorpresa:
  • G: Ala mierda, ¡qué nerd!”.

Efectivamente, somos un par de nerds cuasi treintañeros que siguen disfrutando de los videojuegos y a mucho orgullo. Hace un tiempo hablábamos en broma sobre cómo sería encontrar a una chica bonita, inteligente, amorosa y que le gusten los videojuegos (y que los juegue bien, por supuesto)… El paquete nerd completo. ¿Existirá ahí afuera?



Si bien mis jornadas nintensivas se han reducido a unas cuantas horas semanales (a diferencia de mis tiempos infantiles donde me pasaba al menos 4 horas diarias metido en esa realidad alterna), sigo teniéndolo como un pasatiempo que nunca se vuelve viejo. No me apasionan ni son mi prioridad pero me divierten, me relajan y me hacen volver a jugar, algo prácticamente extinto en los adultos.


Una vez, durante un taller al que asistí, nos pidieron que definamos lo que significaba la palabra nerd. No me tomó mucho tiempo describirlo. A diferencia del 90% de participantes, quienes lo describieron como un mongolito con lentes, tímido, inseguro, solitario, aislado, que no se relaciona, etc. etc., yo describí al nerd como una persona intelectual que le apasionaba un tema en particular. Defendiendo a los míos sin darme cuenta, tal vez.


Todos (y digo todos) tenemos algo de nerd, como cualquier estereotipo que haya ahí afuera. Desde el macho alfa al que le obsesiona hablar de fútbol y sabe más que Herr Pep o Ancelotti; pasando por el que sabe los versículos de la Biblia y memoriza los sermones de los domingos, y terminando por el que sabe de películas o los premios Oscar, todos tenemos algo de nerds. Incluso tú (y sabrás que hablo de ti cuando leas esto), con quien pasé casi una hora clasificando e intercambiando moneditas de un Sol para que completes tu colección de la Serie Numismática “Riqueza y Orgullo del Perú”.


Te la guardo cuando llegue otra a mis manos...


En palabras de Greison, (“I have learned to embrace my nerdiness”) también me veo siendo un nerd, ya sea por los videojuegos, por lo complicado que hablo a veces o por el simple gusto de aprender algo nuevo.


Para terminar, les dejo este video de la Convención EVO 2004. Si no entienden por qué hay tanta gente celebrando y aplaudiendo, es normal. Un premio para aquella persona “normal” que comprenda tanta emoción. En algún lugar loco y disparatado, estas personas son como los Messi o Ronaldo de los videojuegos.








Monday, May 11, 2015

Día (del Facebook) de las madres


Domingo: día de las madres; ese día del año donde agasajas a tu mamá, le agradeces y le dices cuánto la quieres; el día donde le llevas el desayuno a la cama, le escribes una tarjeta, la llevas a almorzar, le compras flores, le das un regalo y… el día donde publicas en tu muro para el deleite visual de todos tus contactos de Facebook, cuánto la quieres, la amas y a dónde la has llevado a almorzar o qué le has regalado.


"Querida mamá, no es que seas la única que ve el desorden, sino que
eres la única a la que le importa. Excepto hoy. Hoy nos importa
porque papá nos está sobornando y se le ve serio.
¡Feliz día de las madres!


Lunes: el primero de los 364 días que no “son” de las madres en el cual –muy probablemente- olvides todo o gran parte de lo que hiciste el día anterior respecto a tu mamá. Total, ya la engreíste ayer; si lo hicieras todos los días no sería especial, además que tu mamá ya lo debe saber.

Cada año por esta fecha es más de lo mismo. Meses atrás ya nos bombardean con “este año demuéstrale a mamá cuánto la quieres… Plancha marcha Acme a sólo S/….”, o “Feliz día, mamá… Promociones y descuentos sólo con tarjeta Shipley”. La más genial me pareció la llamada “promoción que mamá estaba esperando”, sólo cómprale un celular y te regalan 500 minutos libres, para que hables más con mamá (pero contéstale, pues). El mensaje subliminal es claro: si quieres a mamá, compra, gasta, demuestra... Es lo más normal ahora, incluso a los niños se les pregunta qué cosa le van a regalar a sus mamás, presuponiendo que día de las madres es igual a un regalo. Y hago un mea culpa, porque a mi mamá no le compré ni un chicle por “su día”. (Viejita, perdona, pero entre comprarte algo, ir a la agencia y mandártelo con la probabilidad de que te llegue para el siguiente año, opté por regalarte un paupérrimo-y-carente-de-valor-económico saludo por teléfono y una carta que escribí hace un tiempo y nunca te di).

Sumándose a toda la campaña de consumismo, entra una nueva forma de expresar amor, una nueva tendencia: no hay día de las madres si no publicas algo alusivo a ello en tu Facebook. Bastó navegar una media hora el día de ayer para conocer al menos al 70% de las mamás de mis contactos y amigos. Lo gracioso es que muchas de las mamás no tienen Facebook, y ni preguntar si les llegaron los saludos en persona.

Ayer lo pasé con mi abuela, y durante el almuerzo salió el tema de los saludos en los muros. Lo que llamaba la atención era cuánto amor virtual abundaba: desde fotos de la infancia hasta palabras llenas de amor y agradecimiento para sus mamás. Todo muy bonito. La pregunta que salió fue “¿y ya habrán siquiera abrazado a sus mamás? Todo esto que escriben ¿se lo habrán dicho en persona?”. Todos nos miramos y lanzamos una risotada. Es muy probable que sí, que ya hayas abrazado a tu mamá, que le hayas dado su regalo y que te hayas tomado la “foto de político” para luego colgarla y mostrarla. También es muy probable que no le hayas dicho cara a cara ni la mitad de las palabras que publicaste en tu estado, que tus "te amo con toda el alma y gracias por ser la mejor mamá de este mundo, todo lo que soy es gracias a ti" se hayan convertido en un "feliz día, mamá, abre tu regalo". Tal parece que decir las cosas en persona es una cuestión de valientes. “¿Decirle a mi mamá que la quiero? Si ella ya lo sabe, es obvio (además que ya lo publiqué en mi Facebook)”.  




A raíz de la sobremesa, de contar cosas que hemos visto y de la incongruencia evidente que hay entre lo que le publicas a tu mamá y cómo la tratas en persona, alguien dijo estas palabras célebres que siempre recordaré cada día de la madre:


Antes de publicar huevadas, anda abraza a tu mamá”. 


Me sonó tan cierto… Y agaché la cabeza recordando que en términos facebookeros no quiero a mi mamá porque ni “un chicle” le publiqué. Ella sabe, ella entiende.

Luego de hablar ayer con ella y saludarla, me sentía tranquilo. Realmente siento que todo lo que necesito decirle ya se lo dije. Todo el agradecimiento y amor que siento hacia ella lo convertí en palabras años atrás pero, personalmente, prefiero decírselo con un beso y un abrazo, o decírselo también con mi escucha y aceptación plena hacia ella.

Entre tantas cosas para eso es ese día: uno central para agradecer y manifestar todo el amor que sentimos por la primera mujer en nuestra vida. Lo ideal sería hacerlo durante todo el año, logrando que el día de la madre pase desapercibido por no celebrar algo distinto. Cada uno con sus formas y maneras, manifestamos ese amor hacia ella.  Si la tienes contigo, muy aparte de los regalos y detalles (y publicaciones), con un abrazo y unas palabras puedes hacer ese día –y todo el año- totalmente diferente. Si no la tienes contigo, ten la certeza que te seguirá cuidando y velando por ti. Esa sensación que le generes ni tú ni yo la sabremos, porque esa variante del amor incondicional con su pizca de “no sé qué” está reservado para aquellas personas que aceptaron y decidieron cargar a otro ser vivo sin esperar nada a cambio. Amor y aceptación; amor incondicional, amor de madre




P.S.:

Les dejo este video no apto para los “débiles” de corazón. No esperes al siguiente día de la madre, hoy es el mejor día.





Monday, May 4, 2015

Mi historia en retrospectiva


            Todos tenemos una historia, la cual está compuesta por el conjunto de eventos y sucesos (ocurridos y no ocurridos) que nos trajeron al aquí y ahora. Tu historia determina quién eres y cómo eres; de qué forma puedes ver la vida y cómo es tu mundo interior. “Lo que te pasó es lo único y lo mejor que pudo haberte pasado”, leí alguna vez. Como otras entradas de este blog, ésta tiene una historia que la motivó.




Me encontraba conversando con una amiga a quien para efectos de este relato llamaré Felicia –sí, tengo un gusto “nerdístico” por los videojuegos; en una próxima entrada escribiré sobre esto. Felicia me estaba contando algunas cosas que vivió en su adolescencia junto con otros recuerdos de infancia, de cuando era muy pequeña. Nos entró cierta nostalgia de cuando eres niño y lo sencilla y linda que es la vida por lo poco que sabes y por lo poco consciente que eres de lo que pasa a tu alrededor; como niño, tu mayor pre-ocupación es pensar en qué jugar. Luego creces, te vuelves adulto y todo se va al carajo (en algunos casos)...


Felicia es de esas personas a las que siento que conozco de toda la vida; la confianza que nos tenemos es como la de los niños: pura y absoluta. Luego de escuchar atentamente su historia, se invirtieron los roles: ella me preguntó por la mía. Como pocas veces he hecho, empecé a hablar contando mi historia…




Recuerdo mi infancia como una muy feliz. Siempre sentí el amor y cuidados de mis padres, sentí su rigidez justa y necesaria combinada con el disfrute de la libertad; y hasta el día de hoy, siento que en todo momento hicieron de corazón lo que consideraron mejor para mi hermana y para mí.




A mi papá no lo veía mucho. Su rutina era salir a primera hora al trabajo para regresar en la noche. No son muchas las imágenes que tengo conscientemente en mi memoria pero siempre lo sentí presente. Recuerdo las veces que me llevaba a su oficina y cuánto me gustaba ir de un lado para otro con él. En aquél entonces mi padre no era el más expresivo del mundo y con todo ello, nunca me faltaron palabras y abrazos para sentir su orgullo y amor hacia mí. A la fecha no somos los más expresivos pero la nuestra es de esas relaciones que prescinden de las palabras; no son necesarias para comprender su magnitud y alcances. Todas esas cosas, por acto de magia o conectividad, ya las sabemos.




Con mi mamá tengo muchos de los recuerdos más felices de aquellos años. Escuchar canciones como “Unchained Melody”, “I Just Called to Say I Love You”, “For the First Time” o cualquiera de Rod Stewart o Phil Collins me llevan a esos años y a verla caminando y cantando como hasta ahora hace. Siempre me despertaba con un beso y palabras cariñosas, me esperaba en la puerta a que llegue del colegio y nos sentábamos a almorzar. Me preguntaba sobre mi día, me hacía compañía hasta que terminara de comer… Tantas cosas y detalles que hicieron esa época especial y apasionadamente feliz. Un evento en particular lo tengo a la mano: una vez vi unos stickers en el colegio en una de las muchas loncheras que habían por ahí. Llegué a casa y se lo comenté a ella, sin segunda intención, como cuando cuentas que viste pasar una mosca. Unos días después llego del colegio y como ya era costumbre, me dice que suba a lavarme las manos. Lo que vino después lo recuerdo muy  bien: me dice que tiene una sorpresa para mí. ¿Cuál era la sorpresa? Bajo con mis manos relucientes y veo a María (así le digo también), con los stickers que le había comentado días atrás. Se quedó con mi comentario irrelevante y me dio una de las mejores sorpresas que hasta ahora recuerdo y que tal vez se quede corta cualquier descripción que pueda hacer. 


Unos años después mi mamá empezó a viajar, para eventualmente instalarse en otro país. Mis almuerzos pasaron a interacciones silenciosas con el televisor, seguidos de tardes solitarias en casa. Mi papá seguía en su rol de proveedor, haciendo lo humanamente posible; mi hermana estudiaba, y andaba metida en sus propias cosas, y yo también. Empecé a sentirme solo por primera vez; experimenté ese vacío, tristeza y pérdida de la sonrisa, todo ello manifestado en aislamiento, mal humor y ansiedad. Algunos lo considerarán síntomas propios de la adolescencia; para mí, en  mi mundo, no sabía qué era; me sentía demasiado apático para todo y estaba tan metido en mi piloto automático de la autorreclusión y “alpinchismo” como para mirarme hacia adentro y ver qué tenía para hacer algo con ello... y así pasaron muchas semanas y meses. No hice amigos de barrio y los pocos que tuve años atrás, no los conservé. Por supuesto, no podían faltar los complejos por mi físico, inseguridades y baja autoestima. No sé cómo estaba a ojos del resto pero creo que nunca lo hacía notar. Mis notas y rendimiento académico nunca bajaron y de hecho eran buenos –más aún teniendo en cuenta que nunca estudiaba. Mi procesión la llevaba por dentro, guardaba mi lamento para cuando estuviera solo… o sea, tenía mucho tiempo para ello. Producto de la conversación me acordé de que era bastante llorón y miedoso en esa época. Por alguna razón, tenía miedo de que algo le pase a mi papá cuando salía. Sentía una profunda ansiedad, preocupación y pánico. Vivía asustado por las desgracias ficticias que mi mente creaba. Felizmente nunca me llevaron a un psicólogo que me reconfirme que algo estaba mal y me etiquete como víctima de algún desorden.  



Mis amgos en nuestra graduación
a la que no quise ir.
Avancé en la secundaria y se me ocurrió cambiarme de colegio (literalmente fue mi decisión y mis padres no se opusieron). Creo que andaba con tanta mierda por dentro que llegué a renegar de mis propios compañeros de colegio, no me sentía parte de ellos (no se ofendan, amiguitos, el de los rollos era yo, no ustedes) y recibí con los brazos abiertos el estatus de “el nuevo”. Las cosas mejoraron de a poco. Seguía con mis propios temas pero el conocer a tanta gente nueva y sobretodo el empezar a interactuar con amigas contribuyó mucho y es que en el anterior colegio, mi interacción con mujeres, esa que ahora disfruto tanto, era nula. Fueron meses buenos hasta que mis propios temas sin resolver con su característico modo de aislamiento volvieron. Mi nueva salida: tirarme la pera. Logré la infame marca de 30 inasistencias –contadas, con la posibilidad de haber sido muchas más-, al punto de que mis amigos pensaban que me había ido del colegio. Ello me sirvió para agarrar calle, conocer muchas rutas de micros y probar que "ir a clases es de nenitas, que los valientes pasamos de año sin jalar cursos faltando, porque yendo, cualquiera la hace". (Si me desaparezco ahora, hago responsables a mis padres por las represalias que esta confesión pueda generar). 


La universidad, con sus matices, fue un poco más de lo mismo, con nuevos amigos y aislamiento… Tuve mi época de amargado con mi propia familia, principalmente con mi hermana y mis primos. Mis estudios de Derecho sacaron algunas de mis “virtudes”: afloró mi parte presumida, me creía dueño absoluto de la verdad, ninguneaba a las personas por sus conversaciones, manipulaba, y me sentía más que el resto. No en vano me gané adjetivos como frívolo, malo, maquiavélico, insensible, entre otros. Todos bien merecidos.





Seguí creciendo, pasaba el tiempo y gracias a conversaciones más adultas me fui enterando de muchas mis “joyas” familiares; historias tétricas, inverosímiles, desvergonzadas y sobretodo reales. Como no son historias de mi entera propiedad, me abstendré de escribirlas (si quieren saber, pregúntenle a Felicia, ella lo sabe todo). Lejos de afectarme, creo que ya andaba tan “curtido” con mis propios demonios que lo tomé de forma muy tranquila.


Años después encontré en el Coaching  mi vocación y la herramienta para reinventarme, dejar ir cosas y empezar el fascinante trabajo de mejora continua y desarrollo personal, que es donde sigo hasta ahora.




Como nunca, hablé largo y tendido gracias a la atenta mirada y escucha de corazón de la hermosa Felicia. Me dijo con cierta sorpresa que no tenía ni idea de las cosas que había pasado y vivido, que no parecía por cómo me ve ahora y por la forma que tengo de tomar las cosas y manejarlas. Le dije que agradecía todas las cosas que me pasaron (las que consideré como buenas y malas) porque de todas ellas aprendí. 


Gracias a mis demonios crecí, me conocí mejor, me vi en mi propio espejo y luego de aceptarlos e integrarlos, todo mejoró. Gracias a mi pasado es que tengo mi presente. Entre risas le dije que sin esas cosas tal vez sería un hijito de mamá, totalmente engreído, inmaduro, sobreprotegido y quién sabe qué más; y muy probablemente no estaríamos en ese momento conversando sobre nuestras vidas.

Amistándose con sus cargas...


Un día normal concluyó en reunirme con Felicia para escucharnos y conversar de la vida. Sabes bien que no soy de decirte halagos o cumplidos por considerarlos sobreentendidos hacia ti o por el riesgo de quedarse cortos. Gracias a ti, mi querida Felicia; gracias por escucharme, por querer saber de mí y por estar ahí de la misma forma en la que yo estaré para ti. Espero poder reunir todo mi agradecimiento y felicidad por conocerte todo este largo tiempo para manifestártelo en un abrazo.



Uno mejor que este, de seguro.


He revivido aquella conversación al momento de escribir estas líneas. Todo empezó con una simple pregunta. Mi historia fue tal cual. No hay algo que cambiaría si pudiera. Mi vida ha sido perfecta, por lo que ahora dibujo una sonrisa en mi rostro, y reconfirmo que, efectivamente, lo que me pasó es lo mejor y único que pudo haberme pasado.