Nos retiramos del comedor y nos
dirigimos a la entrada de la sala de meditación. Era un salón grande y
espacioso, el cual estaba dividido en dos: el área de hombres y el área de
mujeres. Luego de dejar mis zapatos en la entrada, fui al espacio número 22, el
cual tendría durante todo el curso.
No nos dieron instrucciones sobre cómo meditar, tampoco sobre una
determinada postura o en qué pensar. La instrucción fue una: siente el paso del
aire por tu nariz y obsérvalo. ¿Sentir el paso del aire por mi nariz?
¿Observarlo? ¿Qué es eso? ¿Nada de “ohm” o ponerme en posición de flor de loto?
¿Sólo sentarme y respirar? Si bien empecé a pensar en mil razones para cuestionar
ello, me relajé, tomé una respiración profunda y me propuse a intentarlo.
El silencio que me rodeaba era algo nuevo. Pocas veces había estado en
tanta ausencia de sonido. Continué respirando y respirando, hasta que mi mente
se aburrió y empezó a decir “hazme caso”. Cual chiquillo llamando la atención,
empezó a cantar. Mientras intentaba observar mi respiración, escuchaba todo
tipo de canciones; desde canciones de mis archivos personales hasta canciones
que he escuchado en la calle o en alguna unidad de transporte público. Desde “Running Up That Hill”, pasando por “Touch Me Like You Do”, hasta –para
remate- “La vela maldita”. Pasaban los minutos y era el turno de los dolores de
cuerpo. A mi amigo cuerpo no le agradó la sensación de estar tanto tiempo sin
moverse, por lo que empezó a mandar señales de dolor en la espalda, en las
rodillas y en el trasero. Luego de minutos interminables (que más se sintieron
como horas), la primera jornada de meditación
terminó. Era hora de dormir.
Como mencioné antes, me tocaba compartir cuarto con tres personas más.
Nuestro cuarto tenía el tamaño justo para que cada uno tenga su propio espacio
sin incomodar al otro. El gran detalle: un sólo baño, el cual compartiríamos
con cuatro personas más del cuarto vecino. ¿Cómo íbamos a ponernos de acuerdo
para usar un baño entre ocho personas? Si incluso entre dos es difícil, cómo
íbamos a hacerlo para ocho personas y en silencio era un misterio. Fui uno de
los primeros en llegar al cuarto, por lo que me lavé, me cambié y metí a la
cama, como queriendo apurar la llegada del día siguiente. Por momentos me
invadía la misma pregunta de antes, “¿en qué me he metido?”, “¿qué hago aquí?”;
“¿diez días así?” Decidí cerrar mis ojos, dejar ir todo y dormir. Terminaba el
día 0 del curso…
Posible escenario del baño... |
No recuerdo qué soñé esa primera noche pero recuerdo muy bien el sonido
del gong a las 4:00 a.m., el cual indicaba el inicio del día 1. Pocas veces he
estado despierto a esa hora y cuando lo he estado, casi todas han involucrado
una noche de amanecida con alcohol. Para mi sorpresa, me resultó sencillo
levantarme. Me desenrollé de la bolsa de dormir y luego de lavarme y vestirme, salí
al frío y la llovizna, y bajé a la sala de meditación.
La mayoría de meditaciones iniciaban con un audio que contenía cánticos
indescifrables para alguien que habla español, e instrucciones en inglés-hindú,
con posterior doblaje al español. Transcurrió una vida (que en realidad fueron
dos horas) con mi mente cantando “vela maldita, vela maldita” y con los dolores
ya familiares del día anterior. Sonó el gong. Era hora de desayunar. Lo que más
recuerdo de los primeros desayunos no fue la comida sino los rostros de los
otros participantes. Si bien no hacía contacto visual directo con alguno, en el
barrido visual observaba todo tipo de expresiones (ninguna feliz). Recordaba haber visto más
alegría y gusto por la vida, en un documental de la cárcel que en ese comedor. Rostros
desencajados, incomodidad, sueño; algo así como “La vida es bella” a partir de
la segunda mitad de la película.
Comida vegetariana... Ñam... |
Olvidé un detalle interesante. Cuando mencioné que íbamos a comer lo que
nos daban, ello era por el hecho de que lo único que comeríamos sería comida
vegetariana. Así como le dijiste adiós a tu celular, también le dirías adiós a
la carne y a los derivados de animales (leche, queso, yogurt). 100% comida
vegetariana. Si pensabas encontrar refugio en la comida para llenar tu vacío
existencial en esos días, mejor empezabas a usar tu imaginación para que esas
deliciosas menestras, carne de soya y verduras se conviertan en chicharrón o en
pollo a la brasa. “Miraré el lado bueno”, me dije. “Me desintoxicaré y por ahí
retorno a mi peso”. Después del desayuno, iba prácticamente corriendo a mi cama
para echarme y dormir. Los minutos eran valiosos y cualquier minuto extra haría
la diferencia para no caer dormido en el siguiente turno de meditación.
Gong; meditación; gong; almuerzo; carrera a la cama para descansar;
gong; meditación; gong; meditación; gong; meditación; gong; discurso; gong; meditación;
gong; dormir. Día 1 concluido. Había sobrevivido… Seguía ahí. Aquella noche
extrañé todo lo que había dejado hace un par de días. Extrañaba mi casa, mi
techo, a mi hermana, a mis papás, personas especiales, amigos, caminar… Como no
podía hablar ni siquiera conmigo mismo hice algo para darme fuerzas y seguir.
Esa primera noche, ya en pijama y antes de dormir, me abracé a mí mismo y me
felicité por el buen trabajo de ese primer día. Quedaban nueve días. Nueve días
de comida que no era mi predilecta, nueve días sin música, sin leer, sin amigos
ni compañía.
Hasta el momento de este relato, todo les puede parecer un calvario, un
envenenamiento largo y doloroso. Sin embargo, no en vano recomiendo esta
experiencia a todo ser viviente, a toda persona que desee algo de paz interior.
Las cosas iban a cambiar drásticamente.
“Felicitaciones, lo has hecho muy bien; cada vez falta menos”, me dije.
Iba un día y ya bordeaba la locura…
(Continuaré…)
P.S.:
¿Curiosidad por la "vela maldita"? Aquí está...