Tuesday, January 17, 2017

El amor en los tiempos del dinero


“¿A quién le gusta el dinero?”- dijo el presentador alzando su mano derecha, invitando a los que compartan dicho gusto, lo sigan en su manifestación pública de afecto hacia el “circulante”. De todos los asistentes, hubo uno solo que se quedó con la mano sin levantar, absorto ante la pregunta. El presentador, al distinguirlo perfectamente por su inacción, se acercó a él y le dijo: “¿Acaso no te gusta el dinero?”- obteniendo como única respuesta el silencio y mirada vacía de dicho asistente. Vencido, el presentador continuó con su charla. Las manos habían vuelto a su altura normal, todos volvían a ser iguales de nuevo...




Efectivamente, el que no levantó la mano, el diferente, el rebelde, el outsider, fui yo. Mi nulo automatismo y escaso deseo de seguir a las masas me dejó pensando, evitando levantar mi mano por una cuestión natural-evolutiva de imitación. Y es así como me surgió esa pregunta a la que le di muchas vueltas en los días siguientes. “¿Me gusta el dinero?” (pregunta aparentemente estúpida porque... ¿a quién no le gusta el dinero?).


Llegué a la conclusión de que el dinero en sí no me gusta; las que me gustan son las cosas que podría hacer teniendo más dinero. Podrá sonar igual, a un simple juego de palabras, pero para mí genera bastante diferencia. Si pudiera hacer todas las cosas que deseara sin tener la consideración del dinero, disfrutaría haciéndolas, y no me sentiría más completo o afortunado teniendo varios dígitos en mi cuenta bancaria. “No, no me gusta el dinero [en sí]”- hubiera podido responder.




Por supuesto que desearía ser más solvente, acceder a más capacitaciones, poder apoyar a más personas, invertir en ellas, y abrir todas las puertas posibles que sólo la llave del dinero puede abrir. Y a pesar de ello, soy consciente de que me sentiría la misma persona teniendo 1 millón de dólares que teniendo 0. El dinero es algo que no me mueve. Disfruto incluso de poder bromear con mi hermana diciendo “maldita pobreza”, mientras buscamos ofertas de latas de atún para poder comer sano y barato.


En mi vida he visto ambos extremos. Nunca he sido millonario, pero he estado sumamente holgado financieramente, pudiendo ahorrar un 50% de mi sueldo, y gastando el resto en satisfacer mis anhelos reprimidos de niño, comprando videojuegos y figuras de acción (¡tiempos aquellos!). He tenido momentos donde he andado sin siquiera una polilla en mis bolsillos ("al menos no me podrán robar"- me decía); he escuchado más de una vez la frase “no hay comida y no hay plata para el almuerzo” y he pasado por las privaciones de talleres o capacitaciones por descartar de plano el poder pagar dichos montos. A pesar de todo, aquí sigo, ya en un punto intermedio, en camino a estabilizarme financieramente... y no, no me gusta el dinero aún.




Una de las cosas de las que reniego en mi mundo interior es sentir y considerar que todo gira en torno al dinero. Socialmente, alguien con dinero es mejor visto que alguien que no lo tiene. Se te abren círculos sociales, puedes juntarte con la “jai” [high] de Lima, tener nuevos hobbies y hasta adoptar con todo derecho, como signo distintivo, esa forma tan peculiar de hablar del “pituco” limeño, ¿manyas? Los príncipes azules nunca fueron “misios”, y ni qué decir del efecto embellecedor que tiene un hombre feo en un auto de alta gama versus un conductor guapo [y sin dinero] de micro.


Sin plata / Con plata


Naturalmente que no tengo algo contra el dinero, ni mucho menos con las personas a las que les guste o hacia aquellas que lo tengan en cantidades abundantes. Sí pienso que recae en estas personas el contribuir a cambiar el mundo, recae en ellos el dejar de lado la ambición de acumular y consumir cada vez más por un mero afán del ego, de sentirse poderosos; pienso que si se valorara menos el dinero en lugar de las buenas relaciones, de una conversación grata con un buen amigo caminando por la calle, de un abrazo sincero, o de sentirse agradecidos con lo que tienen, todo sería diferente: no tendríamos que cruzarnos diariamente con gente pidiendo dinero en las calles, con niños pidiendo comida o monedas. Estoy divagando, y no me siento con derecho alguno de decirle al resto lo que deberían hacer, creo en realidad estoy hablando de lo que yo haría y nadie tiene que compartir mis ideales oníricos de un mundo sin pobreza y mayor felicidad. Un mundo sin dinero me parece mucho más atractivo que el actual.





Pareciera que hasta la gratitud cuesta, que las buenas intenciones se quedan en ello. En estos tiempos de consumismo exacerbado, es hasta de mediocres el no querer tener más ("porque uno siempre tiene que aspirar a más"). Pareciera que todo es un negocio. ¿Qué será de nosotros como especie cuando nos demos cuenta de que somos tan pobres que lo único que tenemos es dinero?


Mi vena social-reflexiva se activó a partir de leer esta frase, la cual lamentablemente me parece tan cierta como tétrica. Sólo un genio de ficción, como Alan Shore, un personaje de una de mis series icónicas “Boston Legal”, podría haberlo dicho:


Alan Shore


All it takes for evil to succeed is for good people to say: ‘It’s a business’”.
(“Lo único que necesita el mal para tener éxito, es que la gente buena diga ‘es un negocio’”).


Entonces… ¿a quién le gusta el dinero?



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