29 años desde aquel 7
de junio de 1986, el día donde mi madre quedó curada de tener más hijos, por
todo el esfuerzo que le costé para venir a este mundo. Nací como al mediodía y
mi mamá me conoció horas después, porque cuando salí sólo vio una “cosita negra”
(que en realidad era morada porque me asfixiaba); en lugar de ir a sus brazos,
fui a la incubadora. Y aquí estoy, aún en base 2 y sintiéndome mucho mejor en
comparación a cualquier edad anterior.
El
cumpleaños de este año fue muy diferente; estuvo lleno de sorpresas y alegrías.
Para empezar, pude moverme libremente y caminar en este cumpleaños. El año
pasado, dos días antes de mi cumpleaños, jugando pelota, un malvado desnivel en
el piso de la altura de un milímetro me movió al aterrizar luego de un salto -y
recalco el “me” porque quiero pensar que no hubo torpeza alguna de mi parte. Mi
pie hizo *crack* y sin pena ni gloria dejé la pichanga. Luego de ir al médico, descubrí que mi regalo personal era un
esguince de segundo grado y un mes con muletas. El valor agregado fue ver el
Mundial desde la comodidad de mi invalidez.
Mi regalo: el mundo |
¿Por
dónde empezar? Recibí las 12 de una forma que sólo podría describir como
mágica. Mágica porque estaba incrédulo de que dicho momento realmente
estuviera ocurriendo. Entre tanta dicha con mis amigos; Felicia (http://el-silencio-escrito.blogspot.com/2015/05/mi-historia-en-retrospectiva.html) tenía una sorpresa especial para mí: me regaló el mundo, acompañado
de palabras que sólo podrían provenir de ella, las cuales siempre recordaré. Como
símbolo de la dulzura de la vida, nos esperaba a todos los presentes, un rico cheesecake... Como ya es costumbre en
mí cuando salgo, llegué temprano a casa, cerca de la 1 p.m. Siguió el tradicional almuerzo
familiar de todos los años, con mi hermana y mi padre. Los valoro porque casi
nunca nos sentamos a almorzar y compartir ratos juntos. El hecho de tenerlos en
mi cumpleaños, le da su toque especial. Horas después, recibí la llamada de mi
"compañera de chilingue", a.k.a., la "chiruza". Me dijo para
ir a su casa, reunirnos con unos amigos y por ahí ver qué sale. Decidí hacer algo distinto e ir, darme la
oportunidad de seguir recibiendo sorpresas.
Llegó la noche. Antes de salir a cenar, fuimos a apoyar en un taller del cual participé hace unos meses. Terminado el taller, me llamaron al centro y me pidieron que cierre los ojos. Al abrirlos tenía frente a mí a mis amigos. Veo a uno de ellos sujetando una torta, y a mi amiga con un enorme detalle que ella preparó para mí. Me quedé con una sonrisa inerte, producto de mi enorme sorpresa. Tuve también una sensación extraña, era una mezcla de felicidad con algo de "trágame, tierra" y es que por lo general evito ser el centro de atención y se me dificulta mucho el recibir halagos o reconocimiento; los evito... A pesar de mis sensaciones raras, me permití recibir todas esas bondades y disfrutar la cantada de "japy bersdei".
Gracias totales... |
Me
esperaba una sorpresa más. Fuimos a comer pizza y al terminar de devorar toda
la grasa, se acercó nuestro tímido mesero con una copa de helado, la cual puso
frente a mí. No entendía nada -pensé "ya me cantaron, no creo que me
canten de nuevo"-. Volteo y veo a un grupo de meseros del local que me
deseaban un feliz cumpleaños, seguido del simpático jingle cumpleañero que se
vieron forzados a cantar. Les agradecí a todos, entre emocionado y “arrochado”.
Vinieron fotos, la repartición de la torta, videos y al rato, era hora de
volver a casa.
Mi globo... |
Entré a mi casa, mi
papá y hermana ya dormían… Coloqué la torta, mi regalo y el mundo sobre la mesa
y me quedé contemplándolos un rato, pensando en todo lo que había vivido y
sentido en las últimas 24 horas. Recordé las llamadas de saludo, los mensajes recibidos
y en general todos los buenos deseos de todas las personas que tengo la suerte
de tener en mi mundo. Pensaba en cómo había llegado a mis 29 años, en todas las
decisiones que tomé, en los golpes recibidos y en los pasos que di hacia el
frente y al costado. En ese momento sentí que tenía frente a mí la cosecha de
mis acciones y de cómo he estado viendo la vida: la mía. Mi mente dispersa olvida
detalles y cosas puntuales. No sé qué he sembrado ni cómo lo he hecho, pero el
haber vivido un día tan lleno de bondades, me hace dar cuenta de que la cosecha
me gusta.
Me recosté en mi cama,
muy feliz. Elevé un “gracias” para todas las personas que estuvieron conmigo y,
aferrándome a mi mundo y a mi globo y sonriendo, cerré los ojos.
P.S.:
Este post es un pequeño agradecimiento a todos ustedes, quienes
hicieron el día diferente y especial. Me voy a regalar el tiempo de contestar cada
uno de sus saludos “facebookeros”. De nuevo, gracias totales.
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