Si
el “caminante hace camino al andar”, me pregunto cuántos caminos ya tendría detrás
de mis pies.
Dentro de la amplia
gama de cosas que podemos hacer en nuestros ratos libres, tales como tomarse selfies “casuales”, postear en Facebook sobre dónde estás, planchar,
leer, tocar algún instrumento o echarte a contemplar el techo, uno de los míos
es caminar. ¿Por qué me gusta algo tan banal como caminar? Es un misterio. El
caminar pasó de ser un medio green de
transporte a una distracción, a una terapia sana e incluso a un acompañante
inconsciente de gratas compañías y conversaciones. Me relaja, me desconecta, desconecta
a mi mente parlanchina, y hasta genera que me fluyan ideas e “ideotas”.
Este hábito empezó a
generarse con la compañía de amigos, particularmente 2. (Continuaré con los nombres inusuales e
inventados para referirme a personas totalmente reales). El primero es Okocha,
con quien solía pasar muchas tardes de mi época escolar caminando. Las horas se
pasaban con conversaciones y visitas frecuentes a cualquier tienda para comprar
algún “producto golosinario” que nuestras modestas propinas nos permitiesen. Cualquier
cosa era mejor que hacer tareas y pasar una tarde totalmente solo en casa. Pasaron
los años, las caminatas se hicieron más esporádicas y cada uno tuvo sus propios
asuntos; llegaron las respectivas enamoradas y el tiempo pasó. Crecimos; mi
amigo duplicó su peso, y ahora camina sólo alrededor de una mesa de taco y
cuando persigue a su hijo cuando lo lleva a jugar. Sus años de viajero de
calles quedaron atrás.
Heisembergo es el
segundo. La rutina con él, las pocas veces que ahora lo veo, ya que va a ser
papá muy pronto, es algo particular: nunca decimos a dónde vamos, solamente
andamos mientras tenemos conversaciones donde hablamos de videojuegos, dibujos y
aspectos de la vida. Sale una vena de filósofos amateur, y por momentos parece
conversación de escritores, a pesar que su esposa diga que hablamos puras
cojudeces. Estos viajes-tertulia (bien llamados power walks, por nosotros) se pueden extender por horas, atravesando
varios distritos. Probablemente, hasta cambiaríamos de microclima si fuéramos
en línea recta.
Entre caminar y
tomar un carro o taxi, opto por lo primero siempre que me es posible (y casi
siempre lo es). Tal vez "pierda" tiempo en traslado si comparo, pero
la relajación, el observar caras nuevas y escuchar música (compañera
indispensable en mis viajes), todo a la vez, vale más para mí. Mis viajes a pie
me han ayudado a manejar momentos de enfado, de aburrimiento, de angustia e
incluso tristezas intensas; ha sido mi forma de dejar atrás cosas, de aceptar y
soltar el pasado con cada paso hacia el futuro. Forrest Gump corre... y yo
camino, en mi propio mundo. Por lo que, si alguna vez me ven por la calle, me
pasan la voz o me los cruzo y los ignoro como si no existieran, discúlpenme; no
es por sobrado, solamente estoy en mi burbuja callejera, dando un paso tras
otro, respirando, mirando al cielo de rato en rato, andando, pasándola bien...
La vida es como el
caminar: está compuesta de pequeños pasos, es simple y gratificante y quién
sabe a dónde te puede llevar.
Entrada anterior:
“¿Por qué no te
dejas penetrar?”:
Siguiente entrada:
?