Imagina un submundo libre de
juicios, etiquetas, en donde puedes ser lo que quieras y jugar como niño. Todo
esto y muchas cosas más son posibles en el mundo de la improvisación (impro).
¿Clases de guitarra? ¡Sí! |
El
año pasado me llegó la oportunidad de participar en un taller de impro. Si bien
al principio estaba con muchas dudas (“no
tengo mucha creatividad”, “no sé
actuar”, “¿qué voy a tener que hacer?”,
“¿es como claun?”), el saber poco o
nada, junto con el hecho de considerarlo algo difícil para mí, me hicieron dar
el salto al vacío al mundo de la impro. La experiencia fue corta pero la
satisfacción fue grande y vino acompañada de risas, muchas risas…
La
impro se puede definir en una palabra: jugar. Incluso, la gente que se dedica a
impro no dice “vamos a hacer impro”, dicen “vamos a jugar” y realmente
es eso. En impro no hay bueno ni malo, lo único que necesitas es voluntad de
juego, aprender a decir “sí” y atreverte a reír y divertirte. ¿Qué es impro? Impro
para mí es actuar o hacer algo sin reglas ni directrices, aceptando cada
propuesta nueva y fluyendo hacia lo que resulte de lo anterior. Impro es
creatividad, es chispa y pensar “fuera de la caja”, eliminando el absurdo y los juicios.
Une todos los puntos usando 4 líneas rectas y continuas sin levantar el lápiz... |
Normalmente
el juego se hace representando alguna situación. Por ejemplo, dos personas en
un baño público y… listo, a ver qué sale. ¿Quién eres o qué tienes que decir o
hacer? Nadie lo sabe, simplemente haz lo que se te ocurra, observa y escucha
las propuestas de la otra persona que está contigo y a ver qué sale. Un aspecto
“mágico” de la impro es que puedes ser tú mismo o cualquier otra cosa que
desees: puedes ser la muerte, la ansiedad, un narcotraficante, Gokú, un explorador
serbio del África Septentrional con tres brazos… lo que tu mente retorcida
desee. En la impro no hay error y toda nueva idea es un regalo. Aquí nos
comunicamos en español, y si así lo deseas, en el juego puedes hablar el idioma
que desees: jerga francesa de un callejón del centro de Marsella, esloveno
antiguo, chino de la Segunda Dinastía con influencia de turco del siglo XVIII…
Cualquier pajazo mental que desees será bienvenido; por supuesto, lo ideal es
que la escena guarde cierta secuencia y orden para que quien la observe no se
pierda y pueda envolverse en la historia que se desarrolla.
Estamos inmersos en la cultura del “no” y
desde que somos pequeños ya nos introducen a ella, así estamos programados (gracias,
papases y mamases): “no saltes”, “no te vayas a quedar dormido”, “no pongas
los codos sobre la mesa”, “no te vayas a olvidar de llamar”, etc. Ponte a
pensar en cuántos “no” recibes y das al día. En la impro, de alguna forma, el “no”
está vetado, porque cada idea es un regalo al que le dices “sí”. Imagínate jugando,
tu compañero viene y te dice “Habla,
Estroncia, ¿cómo va el negocio de la prostitución?”, ¿qué haces? En mundo
cotidiano puede que te ofendas, frunzas el ceño y digas que ni siquiera eres
mujer ni te llamas Estroncia. En impro mentalmente dirás “sí” y en un chasquido
pasas a ser Estroncia, una cocinera de Mali que vino al Perú a perseguir su
sueño de ser bailarina, con una sana afición por tejer chalinas de pelo de gato…
porque no eres tú, eres un personaje dentro del juego; puedes ser lo que
quieras, matando temporalmente tu lucir
bien. Al igual que en la película Yes
Man, un mundo de posibilidades se abre a partir del “sí”.
Tal
vez te preguntes, mi estimado controlador, quién dirige la escena en el juego, quién
tiene que hacer las propuestas y quién las tiene que aceptar. La respuesta es
sencilla, todos y nadie. Los dueños de la escena al jugar son todos los que
participan, cada uno es libre de hacer los regalos que desee para que la historia
avance; no tienes que controlar hacia dónde va la historia, simplemente confías
en tus amigos de juego y todos abren los brazos hacia lo que venga. Puedes empezar en
el alimentador del Metropolitano y terminar en Saturno. Es el mundo de lo
posible.
A
pesar de lo prostituible que es mi risa (me río fácilmente y muchas veces ni
siquiera puedo aguantarla, como cuando caí con alguien a una acequia), pocas cosas
recientes he disfrutado tanto como esas horas de juego. El adulto, con sus
prejuicios, creencias y formas de hacer las cosas, se sienta para dejar salir
al niño, ávido de diversión, que sólo busca jugar para reír, ser libre y ser lo
que le dé la gana. ¿Por qué será que perdemos eso cuando crecemos? Tal vez
nunca lo perdamos, simplemente lo olvidamos por todas las cosas que conlleva el
crecer y hacerte adulto. Felizmente, siempre lo tendrás a la mano y podrás recordarlo con el juego.
P.S.:
·
Los invito al espectáculo de Improvisación
llamado “La Terapia”. Les aseguro que morirán de risa.
https://www.facebook.com/LaTerapiaImpro?fref=ts
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