En lo que va del año, tengo la triste
cifra de haber asistido a dos velorios, y el número de fallecidos de familiares
o amigos de gente que conozco es significativamente mayor. Esta estadística,
sumada a unas cuantas ofertas para contratar seguros de vida, me hicieron darme
cuenta de que este año, la muerte ha sido un tema más recurrente.
En
mis 30 años de vida, nunca me ha tocado enfrentarme directamente a la muerte. No
he sufrido la pérdida de un familiar cercano ni la pérdida de un amigo. Conozco
la muerte en teoría, pero nunca la he sufrido con alguno de los míos. A estas
alturas del año, no puedo evitar preguntarme quién más se va a morir y también
cómo reaccionaría cuando me toque hacerle frente a algo tan cotidiano de la
vida como la muerte.
La
verdad es que no sabré lo que es hasta que me toque vivirlo. Conscientemente,
me aferro a las cosas que aprendí en un retiro de meditación de 10 días, como
una forma de procesar el futuro incierto.
La
primera idea que me llamó la atención fue que cuando alguien parte de este
mundo, no lloramos por la persona que se ha ido. En realidad, lloramos por
nosotros mismos; lloramos porque vamos a extrañar a esa persona, porque no la
veremos más físicamente. La persona que se fue (a donde quiera que se haya ido),
en mejor lugar no puede estar, definitivamente estará mejor que en este mundo. La
muerte se ve como una promoción, un ascenso. Si te enteraras que uno de tus
seres querido recibió una promoción, un ascenso y se va a un lugar mejor,
¿llorarías? Si la respuesta es sí, adelante. Ten en cuenta que lloras por ti y
no por el fallecido.
Una
segunda idea que recuerdo es que celebramos y abrimos los brazos a la vida y le
tememos tanto a la muerte, cuando en realidad una no podría coexistir sin la
otra. Le damos la bienvenida a un bebé, pero decimos “adiós” con el corazón en
la mano cuando llega la muerte. Asistimos de luto a los velorios y entierros,
damos el pésame y acompañamos como forma de apoyo al familiar. De hecho, es una
concepción y práctica bastante occidental. En otras culturas, la muerte se
celebra con una fiesta a nombre del fallecido, donde se le recuerda con alegría
y agradecimiento por los buenos momentos compartidos. Se elevan plegarias por
su bienestar, donde sea que se encuentre y se celebra como un paso hacia
adelante en el camino astral. De locos, ¿verdad? Todo se trata del cristal con
el que se mire, por más irreal que pueda sonar en esta parte del mundo.
Como
mencioné líneas arriba, no me ha tocado aún estar del otro lado en un velorio;
no me ha tocado pararme, vestido de negro, a recibir los infinitos “pésame” de
las personas que vengan a acompañarme en mi momento de tristeza. Creo que sería
lo último que desearía escuchar, y tal vez desearía no escuchar; que no me
digan algo, sino que me acompañen con su silencio. En mis dos visitas a
velorios no he encontrado palabras para decir y pienso que a veces el silencio
y un abrazo pueden decir mucho más que todos los “pésame” juntos.
Me
aferro a estas ideas como un preparativo, porque no hay algo que pueda hacer
para cambiar el curso natural de la vida; me aferro a estas ideas como una
forma de estar listo para dejar de pensar en mí en esos momentos y alegrarme porque
mi ser querido se fue a un lugar mejor: se fue a su propio espacio de cielo.
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